LA LUZ DE MIS OJOS

“En su mente, el joven Dimitri estaba evitando el Apocalipsis, Camilo se había ganado el cielo llevándole una revista de baloncesto que le había comprado. Con ella el chico hizo un rollo y se sentó en el sumidero. Desde allí quiso cumplir las peores profecías y que así no las tuviera que sufrir el mundo. De esta manera, soplando a través del rollo era el ángel anunciador de las trompetas y los juicios. Y el excusado le hacía de gran trono blanco.

De haber sido conscientes de aquella patética situación, los deicidas de Eufónica se hubieran frotado las manos narrándola para quizás simbólicamente, volver a intentar echar a patadas a Dios del cielo, pero hubieran ignorado que Dimitri se levantaba por la mañana en el manicomio y lo primero que hacía era entrar al baño, mirarse en el espejo, sacar los residuos secos o secreciones que las pastillas dejaban en las comisuras de sus labios y mientras los incrustaba en los tornillos del espejo pronunciar:
-Hablando en plata.

Dimitri se burlaba así de Federico Nietzsche y su Anticristo. Sus boqueras eran la plata, mucho más refinada según él, que la que salía de la rabiosa boca del intelectual.