«El mero hecho de arrimarme a la vida de algunas mujeres latinoamericanas -trabajadoras domésticas, prostitutas o cocineras de algún bar en fin de semana- giró significativamente el rumbo de mi percepción, creo que de mi vida también. Ciertamente, una sensación de irrealidad irrumpió de pronto en mi vida cotidiana, y la transformó; me adentré en lo desconocido, que se convirtió, sin yo quererlo, en extraordinario, sin darme tiempo a prever lo que podría cambiar en mí, acostumbrada a debatir los asuntos personales en la esfera de lo afectivo, de lo mío. Estaba habituada a vivir la desgracia del ser humano de refilón, dibujada con sombras, difuminadas, sin llegar a interiorizar de verdad su alcance, como la tangente que roza el círculo, pero nunca se adentra en él. Debo reconocer que, desde entonces, no soy la misma»
Sonia, que trabaja en un periódico local de Zaragoza, se acerca casualmente a Patricia, a quien reconoce como portavoz de suspiros de tantas mujeres que han emprendido solas la aventura de descubrir un mundo añorado, aunque desconocido, portadora de dolorosos dilemas, personales y también sociales, que atenazan a gran parte de las mujeres colombianas que deciden buscar en España el sueño de la prosperidad, fantasías efímeras.